Descripción de la noticias: | Con gran tristeza para la familia Adabi comunicamos el sentido fallecimiento de nuestro miembro honorario y asesor vitalicio, el maestro Jorge Garibay Álvarez (1935-2020), uno de los pilares de esta asociación.
Palabras de George Foulkes en el homenaje realizado al maestro Jorge Garibay en mayo de 2017:
Jorge Garibay Álvarez, Archivista.
Jorge Garibay es un amigo entrañable, pero hablaré de él como archivista. Sería imposible comprender esta faceta de su vida si no tomáramos en cuenta su formación previa y en su entorno.
Nacido en Ecuandureo, Michoacán, a los quince años de edad, en 1950, ingresó a la Sociedad de San Francisco de Sales, donde estudió Latín, Filosofía, Teología e Historia. Fue ahí que se adentró por primera vez en el mundo de los archivos, investigando en la curia provincial de los salesianos en México y más tarde en la curia general, en Roma.
Alguna vez escribió que los logros en su vida estaban ligados a la formación recibida en la Sociedad de San Francisco de Sales, pero: “Decidí por otra forma de vida, donde tenía la seguridad de crecer ante Dios en la esperanza y la fe. Fue difícil al inicio, pero Dios no me soltó y yo no me desprendí de su mano y así sigo, caminando hacia Él”.
En este camino providencial, donde descubriría y desarrollaría su vocación de archivista, encontraría a la doctora Stella María González Cicero, con quien compartiría y complementaría su vida y el empeño por rescatar el patrimonio documental de México.
En 1978 Jorge empezó a trabajar en el Archivo General de la Nación, donde inició y fue jefe de Departamento de Archivos Eclesiásticos, un proyecto destinado a conocer y reorganizar la documentación conservada en los archivos eclesiásticos mexicanos. Que yo sepa, carecía —como la mayoría de los que en ese tiempo empezamos a trabajar en archivos— de una formación específica en archivística, de no ser por algunos cursos de capacitación que impartía la dependencia a sus empleados.
Así que su formación de archivista fue más empírica que académica, pero siempre la vio como una vocación de servicio. Comprendió muy bien el principio de procedencia y, conociendo la organización eclesiástica y las normas canónicas, con gran pragmatismo y sentido común, supo aplicarlo para elaborar los esquemas para la clasificación de los archivos diocesanos y parroquiales, y diseñó los formatos y los cuadros de clasificación para levantar los inventarios.
Con la ayuda de un reducido equipo y con un presupuesto limitado, inició el rescate de archivos diocesanos y parroquiales, es decir, la limpieza, identificación, registro y ubicación final de los documentos en cajas para archivo, llegando a contar, en los ocho o nueve años que trabajó en la dependencia, con 120 guías documentales y con información de más de 1500 archivos.
Pronto se dio cuenta que no bastaba rescatar los archivos y que para asegurar su conservación, era necesario animar a los responsables y capacitar a los archivistas. Para ello, tuvo la genial idea de organizar convenciones anuales (1983-1988) y editar una hoja formativa-informativa para los archivistas eclesiásticos, que se llamó “Contacto” y cuyo primer número se imprimió en 1983, y siguió imprimiéndose mensualmente durante cuatro años. También diseñó un curso de capacitación, con duración de una semana para archivistas eclesiásticos.
Al desaparecer el departamento de registro de documentos de interés mexicano en el extranjero, en 1982, el sustentante pidió ser asignado al departamento de archivos eclesiásticos. Fue entonces que entablé amistad con Jorge. Si bien mi permanencia ahí seria de sólo unos meses, durante muchos años nos reuniríamos una vez por semana para comer y discutir cuestiones archivísticas. De estos encuentros semanales surgieron muchos proyectos, cuya realización sería siempre mérito del empeño, la tenacidad y la perseverancia de Jorge, como el de una asociación de archivos eclesiásticos, se llamó “AMARE” y tuvo un órgano informativo trimestral titulado como la asociación.
Otra de las iniciativas fue la creación de un Secretariado Adjunto de Archivo en la Conferencia del Episcopado de México, como órgano normativo y auxiliar para todas las jurisdicciones eclesiásticas del país, propuesta que en un principio fue acogida favorablemente, pero cuya existencia resultó efímera.
Otro de los proyectos fue un diplomado, cursado en dos veranos, avalado por la Universidad Pontificia de México y cuya primera generación se diplomó en 1988. Este curso corrió con mejor suerte, pues dicha institución lo continúa a la fecha ininterrumpidamente con la ayuda de Adabi.
Los trabajos en los archivos eclesiásticos que se estaban realizando en México, haciendo cabeza Jorge Garibay, empezaron a ser conocidos en otros países. Hubo diversos reconocimientos, entre otros, de la Organización de los Estados Americanos, el XV Congreso de Archivistas Eclesiásticos de Italia, La Sociedad de Archivistas Católicos de la Gran Bretaña, sólo por mencionar algunos.
Pese a ello, el presupuesto del Departamento de Archivos Eclesiásticos fue primero reducido y finalmente, en 1987, la dependencia suspendió el programa. Pero a Jorge no lo desanimaron las interrupciones de proyectos tan frecuentes en México por cambio de políticas sexenales, ni el plagio autoral, la poca valoración de su trabajo por los responsables de custodiar algunos archivos —¡cuántas veces, al cabo de pocos años, vimos archivos que habían sido organizados y que después habían destinado el mobiliario o las cajas para otros usos!— y muchos otros contratiempos que se presentaron.
Ya fuera de la administración pública, Jorge continúo organizando archivos, no sólo eclesiásticos sino de muy diversa índole; sirva de ejemplo el perteneciente al ingeniero civil Manuel Cortina García.
Para entonces, Stella era directora de la Biblioteca Nacional de Antropología e Historia. Bajo esta coyuntura fue contactada por don Ignacio González Casanovas, de la Fundación Histórica Tavera, quien estaba interesado en conocer lo realizado en México en materia de instrumentos de consulta de acervos documentales. De este encuentro surgieron varios proyectos de conservación y difusión del patrimonio documental y bibliográfico de México y el Caribe, en los que se involucrarían también las fundaciones Hernando de Larramendi y Mapfre, así como, en la contraparte mexicana, las instituciones que serían beneficiadas y en su momento Adabi.
Para coordinar los proyectos de rescate y organización fue invitado Jorge Garibay, quien se trasladó en 1998 a Puerto Rico, para trabajar el Archivo Eclesiástico de San Juan. Y en 1999-2000, en el Archivo Histórico del Arzobispado de La Habana, Cuba.
De otro encuentro y amistad providenciales —el de Jorge y Stella con don Alfredo Harp Helú y su esposa, la doctora María Isabel Grañén Porrúa— surgió, en mayo de 2003, la asociación civil Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México, con el objetivo de promover la conservación y la difusión del patrimonio documental del país, y donde Jorge y Stella no sólo aportarían toda la experiencia de los años anteriores en instituciones públicas, sino continuarían encarnando el ideal depreservar la memoria de México depositada en los archivos y bibliotecas antiguas, ahora en condiciones más favorables.
La magnitud de los alcances de Adabi son de sobra conocidos en esta sede. La participación de Jorge Garibay en estos logros, es un capítulo que tendrá que escribir uno de los colaboradores de la institución. Yo sólo hago mención de lo que, como amigo de la misma, he podido conocer desde fuera, que evidentemente resultará incompleto.
El campo de acción de Adabi es amplísimo: asesoramiento y capacitación; mejora de infraestructura; rescate de archivos públicos y privados y bibliotecas novohispanas; descripción de acervos; preservación de fuentes documentales; conservación, restauración y encuadernación de fondos bibliográficos; publicaciones y difusión. Jorge tuvo a su cargo la Coordinación de Archivos Civiles y Eclesiásticos y fue coordinador de proyectos. Es decir, estuvo a la cabeza de los trabajos de diagnóstico, rescate y organización de archivos civiles y eclesiásticos, las capacitaciones, conferencias, cursos y asesorías; dio seguimiento a investigaciones académicas realizadas en fondos documentales rescatados por la asociación y fue miembro del consejo editorial, incursionó también en el campo de las bibliotecas coloniales, dejándonos estupendas publicaciones, como el Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana, que coordinó junto con Jesús Joel Peña Espinosa (Madrid-Puebla, 2004).
Ya que hablamos de publicaciones, en su faceta de escritor, Garibay ha sido prolífico. Como historiador, podrían enlistarse cientos de artículos para el boletín de la Sociedad Salesiana, libros de historia salesiana en México y biografías de religiosas. Y, en otro género, Las cantinas: donde la palabra humedece, éxito editorial que resulta una paradoja porque Jorge no bebe.
Como escritor de publicaciones sobre archivística, destacan manuales e inventarios.
De los primeros —sin pretender una bibliografía completa—La Secretaria y los documentos (1988), que es un manual para archivos de comunidades religiosas publicado por las hermanas Mercedarias del Santísimo Sacramento; en colaboración con Ramón Aguilera, el Manual de archivística eclesiástica (1988), que reúne las conferencias impartidas en el curso anual para archivistas de la Universidad Pontificia de México; también en colaboración con Ramón Aguilera, Teoría y técnica para organizar los archivos de la iglesia (2010); el Manual de organización de archivos parroquiales (2007). La Memoria 3 de Adabi (2005), dedicada a la Archivística eclesiástica. Y sus artículos en las Memorias 5 (2006) y 11 (2007).
Por lo que respecta a instrumentos de consulta, desde luego los más de 300 inventarios de archivos diocesanos, parroquiales, municipales y de variada índole, cuya realización ha coordinado, resaltando: Archivo histórico del Arzobispado de La Habana, inventarios, Madrid, 2001; Guía de fuentes documentales parroquiales de México. (Documento Tavera, 3). Madrid, 1996; Y el ya mencionado Inventario general de manuscritos de la Biblioteca Palafoxiana.
La mayor parte de mi actividad laboral la he desempeñado en causas de canonización. También en esta área, me he encontrado con Jorge Garibay, pues, conocido por sus logros archivísticos y por ser hombre de fe, ha sido invitado en varias ocasiones a colaborar con la instrucción en las fases diocesanas, en calidad de perito archivista, que es el encargado de valorar la recopilación documental y de organizarla. Entre otras, en las causas de Cesárea Ruiz de Esparza, María Luisa Godeau Leal, Moisés Lira, Ana María Gómez Campos y María Amada Sánchez Muñoz.
No estaría completa esta brevísima semblanza de Jorge Garibay, si no hiciera mención de que, en su labor archivística, nunca faltaron su característico sentido del humor y sus ocurrencias. Todos quienes alguna vez pudimos colaborar con él en trabajos de campo, podríamos compartir experiencias y anécdotas incontables —algunas veces bochornosas— que nos amenizaron en momento y que muchos años después nos siguen alegrando al recordarlas. Hace unos días me vino a la mente que, en nuestras misiones archivísticas, quienes habían pedido nuestro servicio, frecuentemente nos agasajaban con una comida o una merienda. Si entre los presentes había alguna dama, Jorge tomaba una servilleta de papel en la que escribía unos versos que declaraba en público. Las señoritas caían a sus pies como moscas muertas y para quitárselas de encima, no tenía nada mejor, que decirles “yo ya estoy casado, el soltero es él”, señalándome a mí, obviamente. También me acuerdo de las peripecias en Chilapa, donde no había agua ni para lavarse los dientes y donde optamos por dormir en el suelo, pues las sábanas del hotel nunca las habían lavado. O de Mascota, Jalisco, a donde llegamos muy entrada la noche luego de horas de terracería, topándonos ya muy cerca de la población con un rio que, por las crecidas, no podía atravesar el auto que nos llevaba junto con las religiosas... Jorge y yo nos aventuramos imprudentemente a meternos al rio para conocer la profundidad, que fue arriba de la cintura. Pero al final, por la satisfacción de haber cumplido la misión y muchas veces por los hallazgos sorprendentes, decíamos con convicción: ¡valió la pena!
El peso de los años y su trabajar incesante, mermaron su salud, por lo que tuvo que reducir su actividad como archivista, pero Jorge sigue siendo el hombre agradecido, honesto, el amigo siempre fiel y generoso.
Recuerdo haber leído algo que Jorge escribió: “el origen de vocación a salesiano fue algo circunstancial que yo ciertamente llamo providencial” de igual manera, podemos decir de él, que el haber dedicado la madurez de su vida al rescate de los archivos, sobre todo los eclesiásticos, fue algo, circunstancial, que nosotros también consideramos providencial.
¡Muchas gracias Jorge! Por tu labor incansable, y a quienes han hecho posible la existencia de la asociación Apoyo al Desarrollo de Archivos y Bibliotecas de México.
George Herbet Foulkes |